El
legado de Adolfo Suárez
Adolfo Suárez fue el fundador del sistema político que
ahora tenemos, la democracia.
La visión de futuro y la pericia procesal de Suárez
hicieron posible la conjunción de voluntades que dio lugar al
período constituyente y a la redacción por consenso de la
Constitución de 1978.
La gran biografía política de Adolfo Suárez se reduce
en realidad a este logro trascendental que duró poco más de cuatro
años y medio: arrancó en julio de 1976, cuando el Rey anunció su
designación de entre los tres candidatos que le había propuesto el
Consejo del Reino, y concluyó en febrero de 1981, cuando entregó el
testigo presidencial a Leopoldo Calvo Sotelo tras la horrorosa
convulsión del 23F.
El resto de su trayectoria carece prácticamente de
relevancia desde este particular punto de vista político ya que sus
incursiones posteriores en la vida institucional fueron poco exitosas
y en ningún momento pudo competir con los partidos instalados ni
mucho menos incrustarse en ellos.
Suárez
tuvo el acierto, en combinación con el Rey, de
improvisar
en once meses un magnánimo proceso de edificación institucional de
un régimen de libertades plenas a la vez que se construía en el
parlamento el gran marco jurídico del porvenir. Probablemente aquel
intento hubiera resultado fallido de no haber corrido a cargo de una
persona con grandes dotes democráticas de diálogo y consenso.
Y
éste es, en fin, su doble legado: la Constitución y el talante
democrático para vivir en democracia. En esta hora en que surgen
conflictos graves y se plantea la conveniencia de modernizar la
Constitución en lo accesorio para que perviva lo fundamental, la
referencia de Suárez es importante porque fue él quien aportó a
esta España la capacidad de diálogo, el talante respetuoso hacia el
adversario, la negociación incansable y la búsqueda afanosa del
consenso con la conciencia de que en cuestiones fundacionales sólo
la unanimidad en el origen garantiza la estabilidad.
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